miércoles, 16 de marzo de 2016

El cauce del Paraná la llevó a Siberia



La historia de Victoria Mori, la chica de San Lorenzo, que asombra al mundo de la natación de agua helada, acaba de consagrarse como la mejor del planeta en 200 y 450 metros en Siberia, Rusia, a once grados bajo cero.

Alejandro Mangiaterra 

Una chica de veintidós años disfruta de la calefacción central de un coqueto hotel de Moscú, que hoy sirve de refugio para sus últimas horas de vacaciones. Está a trece mil quinientos kilómetros de su casa, pero veinticuatro horas antes de este plácido momento turístico estuvo unos dos mil kilómetros más lejos, en medio de Siberia, sumergida en Siberia. Literalmente, nadando en el rio Turá con el agua a cero grado y una temperatura ambiente de once bajo cero. No se trata de una promesa ni de un rito religioso, habituales por estos días en Europa del Este, en donde los creyentes se bañan tres veces seguidas en los ríos gélidos que amueblan su geografía. Ella nació en San Lorenzo, a pocos metros del Río Paraná, sin vínculos aparentes con el frío siberiano. Sin embargo, acaba de convertirse en la nueva campeona del mundo de la natación de invierno.


Victoria Mori estudia odontología en la Universidad Nacional de Rosario, entrena en el club Echesortu y depende de que sus padres junten el dinero necesario para competir a primer nivel. Así y todo es campeona del mundo. Acaba de consagrarse en 200 y 450 metros libres en aguas congeladas. Durante el último fin de semana, se llevó a cabo el Mundial de Invierno de Natación (Winter Swimming World Championship) en Rusia, en Tyumen; la primera ciudad de Siberia. Fue fundada en el año 1586 y está situada sobre el río Turá, donde se realizó el evento que reunió a 1275 nadadores que representan a 42 países y 368 ciudades.

Sin grandes marquesinas ni apoyo económico, sin becas al alcance de la mano, la joven que se preparaba para correr la Santa Fe – Coronda, terminó consagrándose como la mejor nadadora de aguas gélidas del mundo, superando a rusas, checas, finesas y otras nadadoras mucho más acostumbras al frío que ella. Pero las bolsas de rolito en la bañera se ve que tuvieron su rédito. Con ese método entrena en su casa de San Lorenzo, según cuenta; para templar el ánimo y poner a prueba su resistencia.

Después de su hazaña, mientras descansa en su última noche rusa, habla con Cruz del Sur en una charla interrumpida, a intervalos regulares, por la vibración en el teléfono que generaban los mensajes de sus familiares y amigos, quienes la buscaban para saludarla y felicitarla a la distancia.

—Cuando estaba en Argentina, si me hablaban de Rusia pensaba en la tierra de Ivan Drago, el rival de Rocky. Me imaginaba a gente dura, rígida, fría, con gesto adusto, pero la verdad es que acá me mostraron otra versión de la película. La mayoría de las personas que conocí fue muy amable. Todos te quieren ayudar a resolver los problemas que se te presentan. Iba a un restaurante y si los mozos no hablaban inglés, siempre aparecía alguna persona sentada en la mesa de al lado que se ofrecía a traducir lo que yo quería comer o pedir. Tyumen vive en el medio de su vínculo con China y con el mundo europeo. Y están en el medio de lo que es Siberia y la parte más cálida. Es una ciudad chica, como San Lorenzo, muy tranquila y muy linda. Está muy presente lo que les dejó la guerra, no solo en los museos sino también en las calles. Hay mucha presencia militar. Después de esta experiencia, creo que Rusia es hermosa. Tuve la oportunidad de caminar por Moscú. Caminé por la Plaza Roja durante medio día y pensé que había visto todo, pero me metía en alguna callecita lateral y me encontraba con cientos de museos, una arquitectura formidable, una ciudad maravillosa.



—¿Cómo caíste en Siberia?

—Todo empezó bastante tiempo antes de este viaje. Mi vínculo con el agua viene desde que tenía un año y medio, por cuestiones médicas. Pero empecé a competir a los 14, aunque siempre en pileta. Tres años atrás decidí dedicarme a las aguas abiertas y hace dos me interesé por lo que eran las competencias de invierno. En Facebook una vez leí una nota sobre Matías Ola, un chico que había competido en aguas heladas y le comenté a mi mamá que me parecía una locura pero me gustó. No entendía como aguantaba la temperatura del agua. Entonces, lo agregué a mis amigos para seguir lo que hacía y en determinado momento él publicó su deseo de hacer una competencia en Argentina, un festival. Apenas vi eso les dije a mis papás que quería participar. Era una locura porque nunca me había metido al agua helada, nunca menos de 26 grados que es la temperatura óptima para una competencia de natación – y que para muchos es bastante fría –. Mis viejos aceptaron.

 —Pero tirarse al agua en Argentina no es lo mismo que hacerlo en Siberia

—Es cierto, pero me costó más ese golpe inicial que meterme al agua en Rusia. Aquella vez me tiré con traje de neoprene porque sabía que iba a sentir mucho frío. La competencia era en Potrerillos, Mendoza y nunca había estado en el agua a una temperatura tan baja.

 —¿Y cómo te fue?

 —Gané esa competencia. El agua estaba a 8 grados y afuera del agua había una sensación térmica de 5 grados.

—¿Cómo te entrenaste para eso?

 —En mi casa, llené la bañera de hielo y me metía de golpe con el traje de neoprene puesto para sentir el frío a lo bestia. No se me había ocurrido hacerlo progresivo, lo hice a los ponchazos y dio resultado. Hoy por hoy hago lo mismo. Entreno en mi casa. Pongo la bolsa de rolitos adentro de la bañera y me meto. Soy una de las pocas nadadoras de invierno que hace eso, porque a nadie le gusta. Es muy feo, no te podes mover. Así entrenas tu cabeza y tu resistencia pero no es difícil sobrellevarlo.

 

—¿Ese triunfo te dio pie a que te dedicaras a las competencias de agua fría?

—La verdad que después de esa experiencia quedé muy enganchada, me encantó. Tras esa carrera algunos nadadores me ofrecieron empezar a competir en Europa, empezar a viajar y a hacer experiencias pero no tenía dinero para hacerlo. Hoy por hoy no tengo mucho apoyo pero en ese momento tenía menos. Todo tenía que salir del bolsillo de mi familia y era imposible. Así que esas aspiraciones de estar en el Winter Swimming las tuve que dejar de lado, momentáneamente.

 —Entonces, ¿Cuándo te decidiste a viajar?

—El año pasado directamente me enfoque en la natación de larga distancia. Quería completar el circuito de Grand Prix, participé de una carrera en Canadá, con un clima bastante frío y ahí quedé en la 5ta posición. Si bien no era una competencia como ésta, me di cuenta que tengo bastante afinidad con las que se realizan en este clima. Antes de eso, en Entre Ríos conocí a Sergio Salomone, que hace tiempo compite en la especialidad. Él me aconsejó que participara en un torneo que se hacía en República Checa. Dudé mucho pero al final me dieron ganas de participar. Busqué que me ayudaran económicamente y conseguí que me pagaran el pasaje. Competí en cuatro carreras: en tres terminé primera y en la otra – de 1km- finalicé segunda. Con esos resultados y otro primer puesto que conseguí en Austria me clasifiqué para este mundial de Rusia, pero no sabía si podría venir. No tenía el dinero. El vuelo es muy caro y además el frío de Siberia es muy especial. No sabía si me iba a acostumbrar. Por otra parte, tenía previsto participar de la temporada de verano en Argentina; iba a correr la “Santa Fe- Coronda” y la “Villa Urquiza” pero se suspendieron y me vine para Rusia.



—¿Cómo solventas tus viajes sin apoyo?

—Todos los viajes los pagaron mis viejos, salvo el de Republica Checa en el que buscamos ayuda. En el último tiempo recibí algunas ayudas: por parte del municipio de San Lorenzo, del gobernador de Miguel Lifschitz y de la cámara de senadores, pero muy poco. Ahora conseguí que una empresa de medicina prepaga sea mi sponsor, pero es la primera vez y además no tengo becas. En argentina no es muy conocida la disciplina, pero acá en Rusia tienen una gran tradición, incluso vinculada con la religión: los creyentes se sumergen en el agua helada tres veces seguidas. Ahora, en algunos países se hizo más conocida porque el contacto con el agua fría tiene un efecto importante en el sistema inmune y hay muchas personas que lo utilizan para tener una vida más sana, aunque parezca lo contrario. Ahora está latente la chance de agreguen la disciplina a los Juegos Olímpicos de invierno, ojalá se dé, ya que nuestra asociación está vinculada con FINA, que es la que regula toda la natación a nivel mundial. Pero en Argentina estamos un poco atrasados al respecto.

Victoria Mori entrena de lunes a sábado en el club Echesortu, en una pileta de 25 metros y en el gimnasio que usa hasta en triple turno de acuerdo a la competencia por venir. En lo que ella denomina su “vida normal”, estudia odontología en Rosario, mientras prepara cada prueba. Viaja sola por el mundo porque la economía no permite que su entrenador o alguien de su familia la acompañen. Por lo que hace dos semanas que está del otro lado del mundo, sin que eso interfiera en su decisión de ser la mejor de las de su clase. En los últimos tiempos, tuvo algunas experiencias inigualables en México, Canadá, Italia, Macedonia y Republica Checa.

—En Tyumen estuve hospedada en un hostel, el Grandfather Lenin's. Nunca me había hospedado en un hostel, me salió muy barato. Eso fue lo mejor. Además, uno puede cocinarse lo que necesita, más que nada cuando hay que cuidarse antes de las competencias. Yendo a países que una desconoce costumbres y cultura, se corre el riesgo de comer mal, porque no te gusta la comida o porque sencillamente no sabés que pedir. En este caso me cociné lo que como en Argentina.  

 

—¿Cómo te las arreglás para que nada interfiera en tu objetivo?

 —No es fácil. Cuando llegué a Tyumen no conocía a nadie. Como viajé varios días antes de la competencia, recién al tercer día de mi arribo la organización me envió un guía. Era un chico venezolano que me ayudó a conocer más la ciudad. Igual yo ya me había caminado todo. Pero estando tan lejos, la chance de poder hablar en mi idioma con alguien es impagable. Hablo inglés fluido pero después de un tiempo siempre está bueno escuchar a alguien hablar en español.

—¿Hiciste amigos en estos viajes?

—Al principio estoy sola, pero a medida que avanzan los días y está por empezar la competencia, empieza a llegar gente que conocí en otros eventos. Después de un tiempo, ya forman parte de mi familia. Yo los valoro mucho porque me ayudaron desde Republica Checa, uno de mis primeros viajes. Además, acá en Rusia estuve con una chica chilena que también compitió en este mundial y la cosa se hace más llevadera. Por ejemplo, en este hostel hubo muchos nadadores de Winter Swimming. La particularidad es que eran todos viejitos rusos de más de 70 años y a pesar de las diferencias en el idioma –sólo hablaban en ruso–, me alentaron, me ayudaron, estuvieron en la premiación sacándome fotos y me adoptaron como a una nieta. Así que como experiencia de vida este viaje fue increíble.

Victoria sigue del otro lado del mundo, con seis grados bajo cero afuera del hotel que ahora la cobija. Sabe que son sus últimas horas a tanta distancia de San Lorenzo, pero también sabe que su estrella está lejos. Por eso sale a buscarla sin reparar en el frío, en la  ausencia o en lo que deja en casa al subirse a cada avión; porque al regreso las medallas colgadas del cuello le dicen que el esfuerzo valió la pena.


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