miércoles, 16 de septiembre de 2015

El clásico aporte a la hipocresía



Newell’s y Central jugaron un partido que sólo dejó declamaciones. El llamado folclore del futbol tuvo otro capítulo. Los gestos y actitudes de los protagonistas y de los hinchas no colaboraron con la paz que algunos sectores promovían desde el discurso.

@AleMangiaterra | Cruz del Sur

El empate sin goles y con pocas emociones del fin de semana necesitó de las aristas secundarias del entorno para mantener su relevancia. Entonces, los detalles denominados folclóricos recobraron la fuerza que le permitió ganar la escasez de fútbol. Así el gesto inapropiado y condenable de Lucas Bernardi y el video capturado por Rosario Plus en el que Kily Gonzalez,  en su rol de hincha vip, insulta a los jugadores de Newells llenaron los bares y las redes sociales de discusiones inconducentes.

Sin embargo,  el clásico rosarino no fue el único en el que se disparó la polémica,  la actitud burlona de Ricardo Noir, jugador de Racing -ex Newell’s- contra los hinchas de Independiente y la frase provocativa de Carlos Tevez tras ganarle a River fueron algunas de las manifestaciones de la comedia burlesca del fútbol. Todas condenables por cierto.

Pero existe una exasperación mundana en el hincha que genera sospechas respecto de estas actitudes, por cierto, nada elogiables. Incluso, demasiadas veces, desde la prensa ponemos el acento en ellas pero increíblemente naturalizamos que el hombre que va a la cancha haga lo que le plazca: insulte,  arroje objetos y agreda conforme al presunto derecho que le otorga haber pagado la entrada, como si eso lo eximiera de su rol de ciudadano que vive en sociedad.

La demagogia para con el hincha ha ganado un terreno inesperado que hasta padecen los propios protagonistas. Ya nadie discute que detrás de un banco de suplentes haya cien personas gritando las más crueles barbaridades, pero en caso de que el protagonista responda será acusado  de haber contribuido a generar violencia. Es claro que lo es, pero nos falta mirar la otra mitad de la escena.

Por otra parte, el argumento de que los futbolistas son profesionales y que por esa condición debe saber aguantar lo que el hincha disponga, no tiene validez. Si usted tiene hijos, hermanos o familiares que transitan por las divisiones menores de cualquiera de los clubes de este país sabrá que en ninguna categoría existe la materia “Estoicismo ante la brutalidad ajena”. Nadie aprende en ningún sitio como debe reaccionar ante la injuria. Solo se aprende a patear la pelota.

El otro argumento que se esgrime con suma comodidad es que son millonarios y que por tal motivo deben aceptar, no las críticas, sino la agresión. Es evidente que esa condición, que sólo incluye a un mínimo porcentaje de los futbolistas, tampoco exime a los jugadores de las presiones y obligaciones que su rol supone. Las comodidades económicas no aseguran las virtudes intelectuales y menos la salud emocional.

Con esos “razonamientos” el hincha exige un comportamiento irreprochable de los demás, mientras rompe las instalaciones de su propio estadio para arrojarle objetos a los rivales.

Es la lógica de nuestro fútbol, que arrastrado por la irracionalidad presenta como un hecho destacable que Carlos Tévez le haya regalado una bandera a los barras de su club o que Fernando Cavenaghi se suba al paravalancha millonario escudado por delincuentes.

Seguramente aparecerán las voces declamatorias y nostálgicas  indicando que “todo tiempo pasado fue mejor”, pero seguramente ese tiempo les habrá hecho olvidar que en el año ’88 hubo un clásico rosarino que terminó apenas iniciado por un interminable escándalo y que el tribunal de penas le dio el partido perdido los dos equipos.

Otros dirán que aquella fue una excepción y que, más atrás, en los ‘70 no había tantos problemas si un jugador pasaba de Newell’s a Central o viceversa. Es cierto, puede que esas voces tengan razón pero es evidente que la violencia estaba, instalada tal vez en otro ámbito, pero claro que estaba.

No importan las décadas, los años o los días, sí que las conductas de cada uno de los que participamos de un evento deportivo se condigan con lo que pregonamos hacia afuera. Pero es preferible la indignación mundana antes que la decisión consciente de dejar de parecernos a lo que combatimos, amparados por el contexto, y luego pretender reacciones nobles del otro lado.

Se fue un clásico rosarino más, la fecha de los clásicos, con más palabrerío antes y después de lo que se vio adentro del campo. Suele ocurrir bastante a menudo. Y lo peor es que no será la última vez.

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