Newell’s y Central jugaron un partido que
sólo dejó declamaciones. El llamado folclore del futbol tuvo otro capítulo. Los
gestos y actitudes de los protagonistas y de los hinchas no colaboraron con la
paz que algunos sectores promovían desde el discurso.
@AleMangiaterra | Cruz del Sur
El empate sin goles y con pocas emociones
del fin de semana necesitó de las aristas secundarias del entorno para mantener
su relevancia. Entonces, los detalles denominados folclóricos recobraron la
fuerza que le permitió ganar la escasez de fútbol. Así el gesto inapropiado y
condenable de Lucas Bernardi y el video capturado por Rosario Plus en el que
Kily Gonzalez, en su rol de hincha vip,
insulta a los jugadores de Newells llenaron los bares y las redes sociales de discusiones
inconducentes.
Sin embargo, el clásico rosarino no fue el único en el que
se disparó la polémica, la actitud
burlona de Ricardo Noir, jugador de Racing -ex Newell’s- contra los hinchas de
Independiente y la frase provocativa de Carlos Tevez tras ganarle a River
fueron algunas de las manifestaciones de la comedia burlesca del fútbol. Todas
condenables por cierto.
Pero existe una exasperación mundana en el
hincha que genera sospechas respecto de estas actitudes, por cierto, nada
elogiables. Incluso, demasiadas veces, desde la prensa ponemos el acento en
ellas pero increíblemente naturalizamos que el hombre que va a la cancha haga
lo que le plazca: insulte, arroje
objetos y agreda conforme al presunto derecho que le otorga haber pagado la
entrada, como si eso lo eximiera de su rol de ciudadano que vive en sociedad.
La demagogia para con el hincha ha ganado
un terreno inesperado que hasta padecen los propios protagonistas. Ya nadie
discute que detrás de un banco de suplentes haya cien personas gritando las más
crueles barbaridades, pero en caso de que el protagonista responda será
acusado de haber contribuido a generar
violencia. Es claro que lo es, pero nos falta mirar la otra mitad de la escena.
Por otra parte, el argumento de que los
futbolistas son profesionales y que por esa condición debe saber aguantar lo
que el hincha disponga, no tiene validez. Si usted tiene hijos, hermanos o
familiares que transitan por las divisiones menores de cualquiera de los clubes
de este país sabrá que en ninguna categoría existe la materia “Estoicismo ante
la brutalidad ajena”. Nadie aprende en ningún sitio como debe reaccionar ante
la injuria. Solo se aprende a patear la pelota.
El otro argumento que se esgrime con suma
comodidad es que son millonarios y que por tal motivo deben aceptar, no las
críticas, sino la agresión. Es evidente que esa condición, que sólo incluye a
un mínimo porcentaje de los futbolistas, tampoco exime a los jugadores de las
presiones y obligaciones que su rol supone. Las comodidades económicas no
aseguran las virtudes intelectuales y menos la salud emocional.
Con esos “razonamientos” el hincha exige un
comportamiento irreprochable de los demás, mientras rompe las instalaciones de
su propio estadio para arrojarle objetos a los rivales.
Es la lógica de nuestro fútbol, que
arrastrado por la irracionalidad presenta como un hecho destacable que Carlos
Tévez le haya regalado una bandera a los barras de su club o que Fernando
Cavenaghi se suba al paravalancha millonario escudado por delincuentes.
Seguramente aparecerán las voces
declamatorias y nostálgicas indicando
que “todo tiempo pasado fue mejor”, pero seguramente ese tiempo les habrá hecho
olvidar que en el año ’88 hubo un clásico rosarino que terminó apenas iniciado
por un interminable escándalo y que el tribunal de penas le dio el partido
perdido los dos equipos.
Otros dirán que aquella fue una excepción y
que, más atrás, en los ‘70 no había tantos problemas si un jugador pasaba de
Newell’s a Central o viceversa. Es cierto, puede que esas voces tengan razón
pero es evidente que la violencia estaba, instalada tal vez en otro ámbito,
pero claro que estaba.
No importan las décadas, los años o los
días, sí que las conductas de cada uno de los que participamos de un evento
deportivo se condigan con lo que pregonamos hacia afuera. Pero es preferible la
indignación mundana antes que la decisión consciente de dejar de parecernos a
lo que combatimos, amparados por el contexto, y luego pretender reacciones
nobles del otro lado.
Se fue un clásico rosarino más, la fecha de
los clásicos, con más palabrerío antes y después de lo que se vio adentro del
campo. Suele ocurrir bastante a menudo. Y lo peor es que no será la última vez.
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