Damián Musto y Franco Armani, dos chicos
santafesinos que soñaron con lo que vivirán mañana, tienen un pasado común y
una historia que vale la pena conocer. Rosario Central y Atlético Nacional de
Medellín se juegan parte de su historia en la Libertadores; ellos, mucho más.
Hay una pequeña historia de barrio y de
sueños de pueblo en medio del juego que van a sostener mañana Rosario Central y
Atlético Nacional de Medellín. Dos santafesinos, dos casildenses, dos pibes que
pisaron las mismas huellas del Barrio Nueva Roma, se van a enfrentar en los
cuartos de final de la Copa Libertadores, el torneo por excelencia del
continente americano. Pero bien escondido por el marco y por el desafío está el
espíritu amateur, los sueños y la amistad.
Damián Musto, volante Canalla, y Franco
Armani, arquero de los colombianos, tienen una historia en común: ambos son
producto de las divisiones menores de Alumni de Casilda, donde compartieron el
mismo equipo allá por 2001 y 2002. Si bien Franco también hizo parte de su
formación en el club Aprendices, llegó a la Primera División del fútbol
“chacarero” a los 15 años en Alumni, antes de empezar su periplo rumbo a su
sueño.
Los dos nacieron a escasos cincuenta
kilómetros de Rosario, donde el deporte en el que soñaron trascender les da la
chance de volverse a encontrar; cerca de sus hogares pero después de que ambos
recorrieran un largo camino por diversos sitios.
Damián Musto nació el 9 de junio de 1987 y
se formó en las divisiones menores del Alazán de Casilda. Su chance de hacer
pie en la Primera División de la Argentina se la dio Quilmes, para luego pasar
a Atlético Tucumán. Más tarde probó suerte en la segunda división del fútbol
italiano, en el Spezia. Olimpo de Bahía Blanca lo rescató y le dio un perfil de
caudillo en el medio local y ahora en Rosario Central parece haber encontrado
su lugar en el mundo.
Franco Armani nació el 16 de octubre de
1986 y empezó a jugar en Aprendices Casildenses, como su hermano Leandro “Beto”
Armani, quien tuvo un breve pero intenso paso por Newell’s durante la
conducción técnica de Roberto Sensini. El Chili más tarde vistió los colores de
Alumni y llegó a la máxima categoría en la Liga Casildense aún siendo un
adolescente. Sus condiciones, porte y juventud lo llevaron a las divisiones
menores de Central Córdoba, luego de Estudiantes de La Plata y en Ferro Carril
Oeste hizo su debut profesional. Luego de ser una de las revelaciones del verde,
fue transferido al Deportivo Merlo en 2008. Pero su lugar en el mundo lo
encontró en Medellín, donde consiguió nueve títulos en cinco años y batió todos
los records de imbatibilidad.
Los dos juntos compartieron categorías
formativas y el sueño, por separado, de jugar al más alto nivel. Como es de
imaginar, ese equipo era imbatible. El equipo dirigido por Oscar “Tosca” Torres
logró ser campeón, pero es lo de menos. El placer más grande para ese
entrenador es haber sido parte de la formación de esos chicos que superaron
todos los obstáculos posibles y consiguieron lo que buscaban: “Cuando hacíamos
trabajo de definición al Chili le gustaban que los compañeros le tiren a matar.
Y Damián que siempre fue muy pícaro cada vez que llegaban mano a mano se la
picaba. El Chili se volvía loco, se agarraba un veneno tremendo y lo puteaba:
‘¡pateá cagón, pateá fuerte!’, le gritaba”, contó Oscar Torres. Y agregó: “El Chili tenía 15 años cuando lo
puse en Primera, le tuve que pedir autorización a los padres para poder
hacerlo. Ese campeonato fue el mejor arquero de la Liga”.
Alguien que compartió ese proceso de
formación de ambos y que logró que la amistad continuase a pesar de las
distancias fue el periodista Pablo Paván, autor de la biografía de Jorge
Sampaoli, otro Alazán ilustre: “Son dos monstruos. Desde que Damián tenía cinco
años sabíamos que iba a jugar al fútbol profesionalmente. Y el Chili tenía fama
de imbatible, ya desde adolescente se le veía mucho potencial”, dijo el
periodista de Radio 2
En cada pibe que emerge de un potrero
santafesino crece el sueño de pertenecer a esa casta de elegidos que integran
el fútbol profesional. En una tierra que ha dado a tantos y tan buenos
ejemplares, llegar a la Primera División es un examen que no se supera con
facilidad. También es un desafío y una gran emoción para los formados, que ven
como propio el logro de estos chicos que alguna vez pisaron el club del barrio
como forma de integración y pertenencia, que fueron por primera vez a jugar a
la pelota contagiados por un amigo o por el mero hecho de ocupar las tardes con
alguna actividad lúdica: “Yo no soy de mirar mucho el pasado pero cuando
removés los archivos y encontrás estas cosas te pone muy bien. Con Damián hablo
bastante seguido, con el Chili no tanto porque está lejos y ahora pienso que si
lo llamo lo estaría molestando y no me gusta”, agrega Oscar Torres.
Mañana, las luces del Gigante de Arroyito
les ofrecerá a ambos un brillo especial; las más de cuarenta y cinco mil
personas que asistirán al estadio, los miles de oyentes de radio, los millones
de televidentes alrededor del mundo pasarán por alto, porque las circunstancias
lo ameritan, que en ese marco hay dos pibes que se vuelven a ver después de
tanto tiempo y que están cumpliendo su sueño: “Ayer, le mandé a Damián una foto
de cuando jugaban juntos con el Chili y le escribí ‘cuando lo tengas mano a
mano picásela que se envenena”, expresó el Tosca Torres, entrenador y formador
de juveniles desde hace más de veinte años.
Siempre vale la pena recordar que atrás de todo el brillo, las
tensiones, las exigencias y las presiones hay pibes soñando y otros cumpliendo
su sueño.
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