miércoles, 11 de mayo de 2016

El reencuentro de unos pibes de barrio



Damián Musto y Franco Armani, dos chicos santafesinos que soñaron con lo que vivirán mañana, tienen un pasado común y una historia que vale la pena conocer. Rosario Central y Atlético Nacional de Medellín se juegan parte de su historia en la Libertadores; ellos, mucho más. 
 
Por Alejandro Mangiaterra

Hay una pequeña historia de barrio y de sueños de pueblo en medio del juego que van a sostener mañana Rosario Central y Atlético Nacional de Medellín. Dos santafesinos, dos casildenses, dos pibes que pisaron las mismas huellas del Barrio Nueva Roma, se van a enfrentar en los cuartos de final de la Copa Libertadores, el torneo por excelencia del continente americano. Pero bien escondido por el marco y por el desafío está el espíritu amateur, los sueños y la amistad.


Damián Musto, volante Canalla, y Franco Armani, arquero de los colombianos, tienen una historia en común: ambos son producto de las divisiones menores de Alumni de Casilda, donde compartieron el mismo equipo allá por 2001 y 2002. Si bien Franco también hizo parte de su formación en el club Aprendices, llegó a la Primera División del fútbol “chacarero” a los 15 años en Alumni, antes de empezar su periplo rumbo a su sueño.

Los dos nacieron a escasos cincuenta kilómetros de Rosario, donde el deporte en el que soñaron trascender les da la chance de volverse a encontrar; cerca de sus hogares pero después de que ambos recorrieran un largo camino por diversos sitios.

Damián Musto nació el 9 de junio de 1987 y se formó en las divisiones menores del Alazán de Casilda. Su chance de hacer pie en la Primera División de la Argentina se la dio Quilmes, para luego pasar a Atlético Tucumán. Más tarde probó suerte en la segunda división del fútbol italiano, en el Spezia. Olimpo de Bahía Blanca lo rescató y le dio un perfil de caudillo en el medio local y ahora en Rosario Central parece haber encontrado su lugar en el mundo.

Franco Armani nació el 16 de octubre de 1986 y empezó a jugar en Aprendices Casildenses, como su hermano Leandro “Beto” Armani, quien tuvo un breve pero intenso paso por Newell’s durante la conducción técnica de Roberto Sensini. El Chili más tarde vistió los colores de Alumni y llegó a la máxima categoría en la Liga Casildense aún siendo un adolescente. Sus condiciones, porte y juventud lo llevaron a las divisiones menores de Central Córdoba, luego de Estudiantes de La Plata y en Ferro Carril Oeste hizo su debut profesional. Luego de ser una de las revelaciones del verde, fue transferido al Deportivo Merlo en 2008. Pero su lugar en el mundo lo encontró en Medellín, donde consiguió nueve títulos en cinco años y batió todos los records de imbatibilidad.

Los dos juntos compartieron categorías formativas y el sueño, por separado, de jugar al más alto nivel. Como es de imaginar, ese equipo era imbatible. El equipo dirigido por Oscar “Tosca” Torres logró ser campeón, pero es lo de menos. El placer más grande para ese entrenador es haber sido parte de la formación de esos chicos que superaron todos los obstáculos posibles y consiguieron lo que buscaban: “Cuando hacíamos trabajo de definición al Chili le gustaban que los compañeros le tiren a matar. Y Damián que siempre fue muy pícaro cada vez que llegaban mano a mano se la picaba. El Chili se volvía loco, se agarraba un veneno tremendo y lo puteaba: ‘¡pateá cagón, pateá fuerte!’, le gritaba”, contó Oscar Torres.  Y agregó: “El Chili tenía 15 años cuando lo puse en Primera, le tuve que pedir autorización a los padres para poder hacerlo. Ese campeonato fue el mejor arquero de la Liga”.

Alguien que compartió ese proceso de formación de ambos y que logró que la amistad continuase a pesar de las distancias fue el periodista Pablo Paván, autor de la biografía de Jorge Sampaoli, otro Alazán ilustre: “Son dos monstruos. Desde que Damián tenía cinco años sabíamos que iba a jugar al fútbol profesionalmente. Y el Chili tenía fama de imbatible, ya desde adolescente se le veía mucho potencial”, dijo el periodista de Radio 2

En cada pibe que emerge de un potrero santafesino crece el sueño de pertenecer a esa casta de elegidos que integran el fútbol profesional. En una tierra que ha dado a tantos y tan buenos ejemplares, llegar a la Primera División es un examen que no se supera con facilidad. También es un desafío y una gran emoción para los formados, que ven como propio el logro de estos chicos que alguna vez pisaron el club del barrio como forma de integración y pertenencia, que fueron por primera vez a jugar a la pelota contagiados por un amigo o por el mero hecho de ocupar las tardes con alguna actividad lúdica: “Yo no soy de mirar mucho el pasado pero cuando removés los archivos y encontrás estas cosas te pone muy bien. Con Damián hablo bastante seguido, con el Chili no tanto porque está lejos y ahora pienso que si lo llamo lo estaría molestando y no me gusta”, agrega Oscar Torres.

Mañana, las luces del Gigante de Arroyito les ofrecerá a ambos un brillo especial; las más de cuarenta y cinco mil personas que asistirán al estadio, los miles de oyentes de radio, los millones de televidentes alrededor del mundo pasarán por alto, porque las circunstancias lo ameritan, que en ese marco hay dos pibes que se vuelven a ver después de tanto tiempo y que están cumpliendo su sueño: “Ayer, le mandé a Damián una foto de cuando jugaban juntos con el Chili y le escribí ‘cuando lo tengas mano a mano picásela que se envenena”, expresó el Tosca Torres, entrenador y formador de juveniles desde hace más de veinte años.  Siempre vale la pena recordar que atrás de todo el brillo, las tensiones, las exigencias y las presiones hay pibes soñando y otros cumpliendo su sueño.


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